Virtud de la Laboriosidad

Laboriosidad: la virtud para don Laureano

La laboriosidad consiste en trabajar con esfuerzo, constancia y oración para obtener frutos abundantes.

Martín Descalzo, en su libro “Razones desde la otra orilla”, relata el diálogo de un joven agrónomo con un viejo de campo al regresar a su pueblo.

“-Y bien, don Laureano, yo le quería preguntar una cosa: ¿usted cree que este campito me dará buen algodón? -¿Algodón dijo, patroncito?, respondió dubitativo el viejo. No, mire, no creo que este campo le pueda dar algodón. Fíjese los años que yo vivo aquí y nunca vi que este campo diera algodón.

-¿Y maíz? -Insistió el joven-. ¿Maíz dijo, patroncito? No, no creo. Lo más que puede darle es algo de pasto, un poco de leña, sombra para las vacas y, con suerte, alguna frutita de monte.

-¿Y soja, don Laureano? -¿Soja, patroncito? No, yo nunca he visto soja por estos lados.

El joven cansado dijo: bueno, don Laureano, le agradezco todo lo que me ha dicho. Pero de todos modos quiero hacer una prueba. Voy a sembrar algodón y a ver qué resulta. El viejo sonrió y le dijo: -Hombre, claro, patroncito, si se siembra… si se siembra, es otra cosa”.

Parece una verdad de perogrullo pero, en ocasiones, también se puede vivir con la actitud de don Laureano, con mucha pasividad y con pocas ganas de trabajar. Dios nos ha regalado un precioso campo para cultivar, la propia vida. Por ello, la virtud de la laboriosidad es indispensable. Ésta consiste en trabajar con esfuerzo, constancia y oración para obtener frutos abundantes.

Laboriosidad es trabajar con esfuerzo y de forma positiva. ¿Qué se gana con las quejas ante las malas relaciones con la familia, de los fracasos amorosos, de los descalabros escolares? Nada, sólo el desaliento y el desánimo. En cambio, si se trabaja con motivación, en positivo, no hay dificultad insuperable. Arar la tierra familiar con “pequeñas ayudas” en casa, sembrar “pequeños detalles” en la relación con la persona amada, cultivar “pequeños esfuerzos” en el estudio diario, etc. Quien es laborioso no tiene tiempo para quejarse, pues sabe que las “obras son amores y no buenas razones”.

Laboriosidad es trabajar con constancia. La flojera y la pasividad son dos escollos en el camino. En cambio, la sana reflexión y la acción tenaz son herramientas indispensables, pues la laboriosidad es una virtud que exige metas y objetivos concretos para no perder tanto tiempo contemplando los problemas sino en empeñarse en encontrar las soluciones. ¿Qué se puede hacer? ¿Qué medios se van a poner? ¿Qué soluciones se van a ofrecer?

La laboriosidad sería imperfecta si al trabajo no se une la oración, pues el hombre siembra en su vida, pero es Dios quien da el crecimiento y los frutos (Cf. 1Cor 3,6). La labor diaria se puede convertir en un medio de santificación maravilloso siempre y cuando se ofrezca a Dios. Así lo enseñaba el gran abad san Bernardo de Claraval: “el que ora y trabaja, eleva su corazón a Dios con la manos”.

El hombre que ora y ofrece su trabajo diario obtiene grandes resultados, no sólo materiales, sino sobre todo espirituales. Dios es el primer interesado en que demos frutos abundantes, por eso nos dice: “Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15,4). Así que la mejor manera de afrontar nuestro trabajo y las dificultades diarias es aquella que propone el refrán popular: “a Dios rogando y con el mazo dando”.

Hoy tenemos en nuestras manos un tiempo muy valioso para labrar el campo de nuestra vida. No es posible permanecer en la pasividad. Hay que hacer la prueba, hay que trabajar, hay que sembrar, “para ver qué resulta”.

El que trabaja y siembra el bien, cosecha para la eternidad.

¡Vence el mal con el bien!

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